Quién sabe cómo hacen los marineros, cuando se adentran en el mar, para superar la aflicción de separarse de la tierra que aman. Porque es cierto que todos los marineros tienen arraigo, y aunque el suyo posea raíces extensas para que la lejanía del amor no le pese tanto, la nostalgia es tan universal que nadie escapa de ella; aparecerá -sin duda- en la más absoluta intimidad de un camarote de barco o en la bocana de un puerto inexplorado.

O como decía el poeta..

Amo el amor de los marineros que besan y se van.
Dejan una promesa, no vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera;
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar.

Pablo Neruda

En pleno verano, en agosto, la noche cambia las costumbres de lo vivido en otros lares.

Siempre que puedo me baño en el océano. Cada oportunidad de sentir el frío del agua es como un pasaporte que me lleva a otras glorias y me recuerda que sigo vivo. Un día que me soñé recordando con anhelo mi galeón, con el que conquisté tierras nunca pisadas y civilicé vidas indígenas llenas de emociones silvestres, de pronto me di de bruces con mi pequeña barca de pesca, con la que me gano la vida.


A poco que uno se deje llevar por la fantasía, todos los deseos que visten particularmente nuestro círculo interior, brotan como una película. Cuando lo hago, me parece volar. Sueño, vivo, anhelo, cumplo, consigo..

He renovado unas naves que hace tiempo quemé, y hoy -con el sonido de los timbales- me baila el corazón impregnado del aroma que la madera desprende al arder.

Hoy… que rozo la presencia de otras almas llenas de locura ingrávida, completas de sueños alcanzables, cuarteadas por lágrimas secas; salto para atrapar una estrella, con las manos vestidas de arena. Hoy… que me miras fascinada por mis bigotes, mi mohosa ropa y mi rostro plagado de líneas de historia, te anuncio que he muerto tantas veces como te imaginé aquellas noches de verano.
Hoy… esta noche… que lo muertos se mueven en sus cajas, que resurgen espíritus de entre las aguas del cabo, que huele a aceite quemado en la torre del faro; te digo que me abraces fuerte, y miremos las constelaciones que dibujan el cielo.

Vigía de Trafalgar